Una nueva perspectiva

Adaptar los materiales didácticos al perfil de la profesora o el profesor

¿En qué estás trabajando en estos momentos?

Ahora mismo dedico mucho tiempo a analizar los distintos perfiles que hay entre el profesorado y a estudiar si las actividades didácticas se pueden adaptar a las características de cada docente: si son más tradicionales, autoritari@s, cercan@s, líderes, anárquic@s, sistemátic@s, pasotas, distantes, vocacionales, creativ@s, innovadores, acomodad@s, apasionad@s, inspiradores… y la lista se podría ampliar fácilmente.

¿Nos podrías explicar esto un poco más?

Claro que sí. Mira, cuando en la enseñanza de ELE se habla de materiales, herramientas, estrategias, métodos, actividades… siempre se dice que hay que adaptarlos a las características del alumnado y a su nivel de español (normalmente se mide con el marco común europeo de referencia para las lenguas), su nacionalidad (no es lo mismo dar clases a una persona portuguesa que a alguien cuya lengua materna es el chino y que solo maneja esta lengua), el objetivo de su aprendizaje (español para los negocios, si se quiere ir de viaje a España o tiene que prepararse para un examen), su edad (no se aprende igual con ocho años que con cincuenta) y el carácter de los alumnos (si les gusta participar más o menos, o tienen una personalidad más pasiva). Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de elegir los materiales adecuados para la enseñanza.

Pero ahora estás hablando del alumnado y no del cuerpo docente.

Tienes razón. Es que ahora viene la pregunta clave:

¿No sería lógico adaptar los materiales o las herramientas utilizados en el aula también al perfil de profesor/a y no sólo al de l@s estudiantes?

¿Nos podrías dar un ejemplo?

Sí, claro. Nosotros en nuestro equipo tenemos a un profesor llamado Luis Jaraquemada, quien además de ser un docente excepcional, es también creador de materiales didácticos y además se ha dedicado al mundo del teatro. En CREA hace tiempo diseñamos una actividad como si fuera un show televisivo, El Desafío, en el que l@s alumn@s tienen que realizar muchas actividades como cantar, bailar, disfrazarse, protestar, decir trabalenguas e improvisar. Es nuestra actividad didáctica más exitosa. Luis ofrece siempre un show memorable y todo el mundo queda encantado.

¿Entonces dónde está el problema?

En nuestros cursos de formación enseñamos a los asistentes esta actividad y les parece siempre muy interesante.
Pero luego, cuando vienen con algún grupo escolar a Salamanca o les vemos en algún evento de formación fuera de España nos damos cuenta de que prácticamente nadie usa esta actividad en sus clases. Y claro, es muy frustrante enseñar algo y que luego nadie lo lleve a la práctica. En muchos casos no lo hacen porque tienen que seguir el plan curricular del centro, que no deja espacio para este tipo de actividades. Pero en la mayoría de los casos es porque no se atreven. No están dispuestos a abandonar su zona de confort y tirarse a la piscina. Tienen claro que su perfil de profesor/a y su forma de ser no encaja con esta actividad. No se ven capaces de ser un Luis II.

¿Entonces qué se puede hacer en estos casos?

Adaptar la actividad al perfil de la profesora o el profesor.
No se puede obligar a docentes a improvisar permanentemente, a hacer el payaso delante de l@s estudiantes o a montar un show si no se les da bien. Ven a Luis realizando la actividad y les parece perfecto, pero él es un actor y much@s docentes no lo son. Les puede la timidez o la inseguridad y les da vergüenza exhibirse delante de un público. Incluso disimulando su rechazo y aceptando el reto, abandonando su zona de confort, probablemente no lo harían nada bien. Entonces, la clave es adaptar la actividad a su idiosincrasia o su perfil.

¿Todo lo que estás contando ahora lo habéis planteado en algún evento de formación?

Sí, con el fin de que l@s docentes reflexionen un poco sobre este planteamiento. Hicimos la siguiente representación: elegimos una actividad y una profesora vestida a la última y con toques muy modernos. Empezó a dar una lección de una manera muy desenfadada y directa, casi intrusiva y caótica.
Pero después de veinte minutos de repente se marchó. Los asistentes se quedaron a cuadros, y aun más cuando entró otra profesora disfrazada de tímida, de maestra de la vieja escuela, con otro tipo de voz y un comportamiento mucho más serio.
Siguió con la misma lección, pero de una manera completamente distinta. Ya no se gritaba, no podían hablar cinco a la vez, no se dejaba pasar por alto ningún error (con correcciones gramaticales constantes). En vez del karaoke y del baile anterior, ahora tenían que conjugar algún verbo, encontrar sinónimos o antónimos, buscar rimas etc. Seguía siendo el mismo show televisivo con premio final para el equipo vencedor, pero las actividades se habían adaptado al perfil de la profesora. Mientras la primera picaba y jugaba a la polémica en el reparto de puntos, la segunda era muy justa y objetiva en sus veredicto para elegir quién ganaba cada prueba.

¿Y cómo reaccionaron los docentes de este taller?

Creo que para tod@s fue una experiencia interesante ver cómo se puede adaptar una actividad no solo a quién va dirigida, sino también a quién la dirige.

¿Nos podrías dar otro ejemplo?

Por supuesto. Ahora todo el mundo habla de la Inteligencia Artificial. En el campo de la educación se dedica mucho tiempo a saber más sobre esta herramienta revolucionaria. Hay docentes que están a la última en lo que se refiere a las nuevas tecnologías, asisten a cursos de formación sobre IA y llevan a la práctica lo aprendido con el convencimiento de que será fructífero.

Pero no tod@s son así. Much@s ven la IA como una amenaza, una herramienta con la que l@s estudiantes pueden engañar a la hora de hacer los exámenes, incluso lo ven como un peligro para su puesto de trabajo. La idea de tener que llevar a cabo actividades en el aula con este recurso les causa auténtico pavor. Sienten que, en lo que se refiere a estos nuevos recursos y su manejo, son infinitamente inferiores a sus propi@s alumn@s. Puede dar la sensación de que sepa más el aprendiz que el maestro y se defienda mejor en este campo. Es una idea que va en contra de la antigua percepción de que la persona que enseña es la que más sabe.
Lo he llevado a un extremo, pero la pregunta clave es: ¿se puede obligar alguien a enseñar de una forma que no casa con sus creencias ni habilidades? Pienso que no se debería. Solo si se es capaz de cambiar el chip, algo que veo realmente complicado.

¿Y entonces respecto a una misma actividad con dos enfoques distintos qué es lo que propones?

Tomemos como ejemplo una actividad como el cuentacuentos (storytelling).
Trabajando con inteligencia artificial, la historia nos la da la herramienta. Se da una pequeña introducción respecto al prompting (conversación con la máquina p.e. Chat GPT) y se crea entre todos unas bases para la historia (volumen, tipo de historia, personajes, lugares, final triste o final feliz…). A continuación se definen el o la protagonista de la historia. Mediante una aplicación de IA (hay muchísimas) la historia escrita se convierte en un cómic o en un video. Y todo esto en tiempo real. Si se ha elegido una historia que se desarrolla en el siglo XV y en la que Colón es el protagonista, podríamos hacerle una entrevista, ampliando más el horizonte de posibilidades. La IA le entrevista y al instante la tienes. Nuestra tarea como docentes sería garantizar que se cumpla un hilo conductor, se den instrucciones muy concretas a la máquina y fomentemos la creatividad.

Esto a mi me suena un poco futurista. ¿Entonces qué hace un/a profesor/a de otro perfil con esta actividad de cuentacuentos?

Se olvida de la IA, del prompting y de pedir y recibir resultados proporcionados por una máquina. Pregunta a sus alumn@s qué tipos de cuentos hay (policíacos, ciencia ficción, románticos etc.) y cuáles son los que más les interesan y por qué. L@s divide en grupos de trabajo y les pide que escriban un pequeño cuento. Antes explica unas nociones mínimas de lo que se necesita para estructurar y escribir un cuento (conflicto, suspense, intriga, rol, detonante, desenlace, clímax, puntos de giro, etc.). Los textos no deberían ser muy largos, para que se pueda trabajar con todos ellos.
A continuación, un/a estudiante de cada grupo lee el cuento que han escrito. Entre todos se debate sobre la calidad de cada cuento y se dan sugerencias para poder mejorar las historias.

Después, es un ejercicio fantástico el de imaginar y definir a los personajes: con adjetivos, comparaciones tipo “es cómo”… O por ejemplo dibujarlo. También trabajamos el elegir un título adecuado para su cuento y diseñar una imagen que represente mejor su nueva creación.
Entre tod@s se vota cuál es el cuento más logrado y se les da un premio. Importante: nuestra recomendación es que se les deje elegir sin que nosotr@s participemos en dicha elección. Escoger qué historia es mejor es algo subjetivo y siempre podemos meternos en problemas para explicar por qué debería ganar uno u otro.

Pero hay un mundo entre las dos formas de dar estas actividades.

Exacto, como también hay un mundo entre cada tipo de profesor o profesora.

Y que se cambie de carácter y se deje de creer en algo que durante muchísimos años de docencia ha forjado su personalidad docente es sumamente complicado.

Y que no se nos olvide: hay conceptos muy diversos y en mi opinión todos son muy respetables. Así que tampoco se puede demonizar a alguien por ser de la vieja escuela o no ser la alegría de la huerta.

Muchas gracias por la entrevista y mucho éxito a CREA y a Profesor@s Creativ@s.

Ha sido un placer.

 

P.S.

Me parece muy interesante este artículo, de Inger Enkvist, una profesora sueca, sobre cambios en el modelo de enseñanza, aunque discrepo en algunos puntos.
https://elpais.com/elpais/2018/07/17/eps/1531826084_917865.html

Amanda y Dieter

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Dieter Wiggert

Tenía 19 años cuando viajando en tren por el sur de Alemania vi que alguien había dejado en su asiento un folleto con el título “Aprender Español en España” con una lista de cursos de español en muchísimos destinos.

Cuando vi el nombre de Salamanca me quedé impresionado. Me parecía tan bonito y al pronunciarlo sonaba tan bien que la decisión estaba tomada.

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