A-B2 El cuento de los duendes del subjuntivo

El cuento de los duendes del subjuntivo

Lectura Los duendes del subjuntivo.

A continuación te ofrecemos una lectura que ofrece una versión legendaria de cómo se creó el subjuntivo. Quizás te ayude a comprender mejor cómo se utiliza. Disfruta del texto y responde a las preguntas que tienes más abajo.

Los duendes del subjuntivo

Cuenta una antigua leyenda que el idioma español nació en una pequeña ciudad llamada Omilia.
Los omilienses, es decir, los habitantes de Omilia, crearon las primeras palabras en español gracias a la creatividad e imaginación. Un día una chica miró hacia arriba y señalando el enorme disco de luz que había lo llamó “sol”. Horas más tarde, ya de noche, decidió que aquellos puntos luminosos se llamarían “estrellas”. Un joven la escuchó y de sus labios salió la palabra “amor”. Juntos inventaron otras palabras esenciales, como “abrazo” o “beso”, y algunas menos importantes, como “hormiga” o “suegra”.
Todos los demás habitantes, al ver lo que habían hecho los dos enamorados, decidieron que ellos también querían crear palabras. Todo el mundo salió a la calle con el objetivo de ser los primeros en poner nombre a algo. Se crearon “puerta” o “frío”, que se llamarían así para siempre.
En las siguientes semanas creció el vocabulario. “Comida” e “interesante” fueron muy populares desde el primer momento. A otras palabras les costó más ser aceptadas. Por ejemplo, “coco” tuvo muchos enemigos que opinaban que sonaba muy mal. También nacieron palabras que produjeron luchas y conflictos, como “propiedad” o “Dios”.

Entonces llegaron a Omilia las musas del indicativo. Poco se sabe de ellas, porque poco se cuenta en los textos antiguos. No obstante, y siempre según la tradición, son las causantes de que podamos usar los diferentes tiempos de los verbos en indicativo.
La primera de ellas, la del presente, entró en un jardín con niños aburridos. Nadie podía verla, porque son invisibles, pero escucharon un susurro que les decía “jugamos”.
—¡Jugamos! —gritaron a la vez los niños. Y empezaron a jugar juntos.
Después de este verbo llegaron otros: “cocino”, “vamos”, “oyes” y una larga lista de acciones. Y vieron las musas que el presente funcionaba.
Otras musas entraron en la casa de una viejecita, la más anciana del pueblo, llamada Eva. Se acercaron por detrás y le dijeron palabras en distintos pasados. De repente Eva tuvo ganas de explicar historias de cuando era niña. Le dijo a su vecina:
—Hoy he descubierto un ratón en mi cocina. El ratón era precioso. No sé por qué cuando era niña les tenía tanto miedo.
Los pasados se extendieron por toda la ciudad. Pronto los más viejos contaban sus historias de juventud. Algunos hablaban de una guerra que pocos recordaban porque nadie había hablado de ella. Los padres explicaban a sus hijos cómo se habían conocido, y los niños confesaban por qué habían llorado la semana anterior.
Los omilienses hablaron y hablaron, y horas después estaban muy cansados. En ese momento, otra musa se acercó a un hombre llamado Miguel, que siempre pensaba en el mañana, e introdujo el futuro en su mente.
—Buenas noches. Después de hablar tanto seguro que dormiremos muy bien. Descansaremos, y con la primera luz del día trabajaremos de nuevo.
—Pero tenemos que cerrar las ventanas, porque esta noche hará frío. Me lo dice mi rodilla izquierda, y nunca miente. Será un invierno duro —añadió un veterano de guerra.
A todos les encantó el nuevo tiempo verbal, y esa noche planearon lo que harían durante las siguientes semanas.
Las musas estaban orgullosas. Ahora los humanos eran capaces de hablar de los hechos ocurridos en el pasado e informar de planes y pronósticos futuros. Ahora podían informar con la lengua, gracias al indicativo.
En ese momento el lenguaje, en este caso el español, solo funcionaba como un modo de comunicación objetivo, para transmitir información. Pero cuando la última musa cerró los ojos y se durmió, llegaron… los duendes del subjuntivo.

¡Ay, los duendes del subjuntivo! Al contrario que las anteriores, estas criaturas no buscaban la perfección. En su naturaleza no había negros ni blancos, ni dogmas ortodoxos. les encantaba la ambigüedad del subjuntivo. Eran unos seres pequeños, nerviosos y con mucho temperamento, y sus ojos tenían un color gris difícil de definir: quizás fueran grises oscuros, o puede que tuvieran un tono más plata..
Aprovechando la siesta de las musas, uno de los líderes de los duendes se adelantó y formuló unas palabras mágicas.
—Que una densa niebla entre en Omilia.
Dicho y hecho. La niebla entró en la ciudad. Y así los duendes pudieron moverse por ella sin ser vistos.
El primer duende entró por una ventana y cayó sobre la barriga del gobernador. Con un movimiento mágico llenó su cabeza de dudas. Nada más levantarse y después de un largo bostezo le comentó a su mujer:
—Puede que no sea un buen gobernante. Quizás deba dimitir.
—Dudo de que haya nadie mejor que tú en el pueblo —le contestó ella, que no quería perder su estatus de mujer del gobernador.
El duende sonrió y escapó por un balcón en busca de más víctimas.
Al mismo tiempo, una mujer que salía de casa pensó en voz alta:
—Espero que hoy tenga suerte y pueda vender los tomates que he cultivado.
Había sido víctima de otro duende del subjuntivo, en este caso el del deseo. Pero no fue la única. Un niño gritó:
—¡No quiero que hoy me lleves a la escuela, Mamá, quiero que me dejes ir con Papá a cuidar de las ovejas!
Un hombre triste deseó mentalmente: “Ojalá pudiera confesar lo que siento” y una mujer que tenía visita se dijo a sí misma: “Me gustaría que se fueran y no volvieran”.
Minutos después, con las musas del indicativo aún durmiendo, se escucharon frases como las siguientes:
—Me encanta que el atardecer sea tan hermoso.
—Pues yo odio que la noche llegue, porque prefiero hacer cosas a la luz del día.
La expresión de sentimientos era la nueva capacidad . Y tuvo éxito inmediatamente.
—Me ilusiona que vengáis a comer a casa por mi cumpleaños —dijo la abuelita al nieto al que casi nunca veía.
—No me gusta que la abuela huela a lavanda —confesó más tarde el nieto a su padre.
Porque no toda expresión de sentimientos era buena. Y así, finalmente, la gente empezó a quejarse.
—Odio que mi marido no me comprenda.
—Pues a mí me pone nerviosa que el mío coma con la boca abierta. No soporto que haga eso.
— Bueno, ¿y qué me decís de que mis hijos no ayuden nada en casa? Me da rabia que estén todo el día sin hacer nada.
Los duendes estaban encantados. Los omilienses se quejaban, se arrepentían, confesaban gustos y odios… Fue en medio de este caos cuando uno de los duendes más poderosos entró en escena. Le llamaban “Isi” porque, al tocar a alguien, este no paraba de pronunciar frases que empezaban por “y si” (aunque su nombre oficial era Duende de las vidas no vividas). Isi entró en el mercado y lo llenó de vidas que nunca se habían hecho realidad.
—¿Y si me hubiera casado con aquella chica de la que estaba enamorado, pero no le gustaba a mi familia? —dijo en voz alta un señor cogido del brazo de su aburrida esposa, ante el asombro de esta.
—¿Y si nunca hubiera trabajado en esta carnicería y hubiera viajado por el mundo? —dijo el carnicero.
—¿Y si en aquella ocasión no le hubiera dicho eso a mi madre?¿Ahora celebraríamos las fiestas juntas? —pensaba la panadera con la mirada perdida, mientras con sus manos mezclaba mantequilla, harina, huevos y soledad.

Despertaron al fin las musas para ver cómo había evolucionado su creación… y lo que vieron no les gustó nada. ¿Qué desastre era aquel? ¿Qué había ocurrido con su equilibrio verbal? Allí no veían mensajes claros ni verdades absolutas. Solo frases alegres, tristes, deseos, dudas y lamentos, entre otras cosas.

Los duendes salieron corriendo y repartiendo entre la gente algunos “ojalás”, varios “para que” y algún que otro “me siento como si”, que colorearon las conversaciones. Salieron de la ciudad y se ocultaron de nuevo entre la niebla, y esta desapareció.
Las musas iban de un lado a otro desesperadas. Intentaron arreglar la manera de expresarse de los omilienses, pero no fue posible. De hecho el subjuntivo se mezclaba en cada frase con otras formas verbales: pasados y futuros se mezclaban con deseos, frustraciones, sentimientos,… Poco a poco descubrieron que aquella contaminación había mejorado el español, que ahora era mucho más rico de lo que ellas nunca habían imaginado.

Y desde entonces el subjuntivo existe en nuestra lengua, y nos acompaña si soñamos, dudamos, nos quejamos, juzgamos, amamos…

En definitiva, el subjuntivo le da voz a nuestro corazón.

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